14/12/15

Pensamientos: "LA GRAN RUEDA"


LA GRAN RUEDA

En septiembre de 1960 desperté una mañana con 6 bebés hambrientos y sólo 0.75 centavos en mi bolso. Mi esposo se había ido. Los niños tenían de tres meses a 7 años. Su hermanita tenía dos años. Su papá siempre había sido una presencia que ellos temían. Cuando ellos oían rechinar las llantas cerca del camino a casa corrían a esconderse debajo de sus camas. Lo que sí hacia era dejarme 15 dólares por semana para comprar alimentos.

Ahora que había decidido marcharse ya no habría golpes pero comida tampoco. Bañé a mis hijos les puse la mejor ropa que tenían los subí al viejo y oxidado chevy año 51 y me fui en busca de un empleo. Los 7 fuimos a todas las fábricas, tiendas y restaurantes que había en nuestro pequeño pueblo, pero no tuvimos suerte. Los niños intentaban mantenerse callados dentro del auto mientras que yo intentaba convencer a quien fuera que me pusiera atención que yo estaba dispuesta a aprender o hacer lo que fuera.

Yo necesitaba un empleo. Aún así no hubo suerte. El último lugar al que fuimos a unas cuantas millas del pueblo fue un restaurante llamado La Gran Rueda. Un señora madura llamada Granny era la dueña, se asomó por la ventana y vio todos esos niños en el auto. Ella necesitaba a alguien que trabajara desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana. Ella pagaba 0.65 centavos la hora y yo podría empezar esa noche. Me fui apresurada a casa y llamé a la niñera convenciéndola de ir a dormir a mi casa por 1 dólar la noche. Esto le pareció un buen trato y aceptó.

Esa noche cuando los pequeños y yo nos arrodillamos para rezar nuestras oraciones, todos le dimos gracias a Dios por haberle conseguido trabajo a la mamá y así empezó mi trabajo en La Gran Rueda. Cuando regresé a casa en la mañana, desperté a la niñera y la envié a su casa con su dólar que era la mitad de mis propinas de toda la noche. Al pasar de las semanas, las cuentas de calefacción aumentaban, las llantas del viejo chevy cada vez más mostraban el trabajo del tiempo tomando la apariencia de ser globos mal inflados. Yo debía llenar de aire las llantas antes de ir al trabajo y al regresar a casa.

Una triste mañana al arrastrarme cansada hacia mi carro en el estacionamiento encontré en mi carro cuatro llantas nuevas esperándome ahí. ¿Habrían venido los Ángeles del cielo a vivir a Indiana? Tuve que hacer un trato con el mecánico del pueblo para que le pusiera las llantas a mi viejo carro. Recuerdo que tardé mucho más en limpiar sus sucias oficinas que lo que él tardó en ponerle las llantas al viejo chevy. Estaba ya trabajando seis noches por semana en lugar de 5 y aún así no era suficiente. Se acercaba la navidad y yo sabía que no habría dinero para comprar juguetes para los niños.

Encontré un bote de pintura roja y empecé a pintar algunos viejos juguetes y los escondí en el sótano para que hubiera juguetes en la mañana de navidad. La ropa de los niños también estaba muy acabada. Los pantalones de los niños tenían parches encima de los parches y ya pronto no servirían para nada. La noche antes de navidad entraron los clientes de siempre al restaurante a tomar su café. Ellos eran conductores y policías de camino. Había algunos jugando en las maquinitas.

Los de siempre estaban ahí sentados platicando hasta la madrugada. Cuando se llegó la hora de ir a casa a las 7 de la mañana yo corrí al auto para tratar de llegar antes de que se despertaran los niños y ponerles los juguetes que había arreglado abajo de un árbol que habíamos improvisado. Aún estaba oscuro y no se veía mucho, pero noté que había una sombra en la parte de atrás del auto. Algo era seguro, ahí había algo. Cuando llegué al auto me asomé por la ventana lateral. Mi boca se abrió con gran asombro. Mi viejo chevy estaba lleno de cajas hasta arriba. Rápidamente abrí la puerta y abrí una de las cajas. Adentro había pantalones de la talla 2 a la talla 10. En la otra había camisas para los pantalones. También había dulces, frutas, gelatinas, pasteles y galletas. Había artículos para el aseo y limpieza de mi casa. Había 5 carritos y una hermosa muñeca.

Mientras manejaba por las calles vacías hacia mi casa, vi salir el sol del día de navidad más inolvidable e increíble de mi vida. Lloraba de incredulidad y gratitud. Nunca olvidaré la alegría en las caritas de mis pequeños en esa mañana. Sí, si, hubo Ángeles en aquella mañana en Indiana hace muchos diciembres. Y todos ellos eran clientes de La Gran Rueda.

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